LEYENDA DE LAS CATARATAS DEL IGUAZÚ
Dicen que dicen que ... para Iguá, el monte y la selva no guardaban secretos.
Este joven guerrero del pueblo guaraní, era sabedor de los peligros pero no les temía, gozaba al internarse en la espesura y explorar lo desconocido.
Con el correr del tiempo su fama de intrépido explorador se acrecentaba y él, deseoso de aventuras se internaba cada vez más y más.
En una de esas incursiones se adentro tanto que en su camino descubrió una exótica ribera bañada generosamente por un caudaloso río el cual nunca había sido visto antes, sin embargo lo que más lo impacto fue una bellísima joven que recogía caracolitos en la orilla.
Era de tal hermosura aquella joven que él quedó prendado de ella y ya no pudo olvidarla.
Desde aquel día, Iguá , cada vez que podía, recorría ese camino tan sólo para verla.
Con el correr del tiempo se enteró que el nombre de la muchacha era Pora-sí y que era hija de un cacique.
Lo que primero fue una amistad luego se convirtió en un amor apasionado pero Iguá también supo que el cacique jamás consentiría esa unión.
Pora-sí debería contraer matrimonio con uno de los más fuertes y poderosos guerreros que su padre había elegido para ella.
Sin embargo, ambos jóvenes estaban muy enamorados y aunque su padre lo ignoraba, no habían dejado de verse ni en un solo día en las últimas lunas.
Los días transcurrían diáfanos y felices para ambos disfrutando uno de la compañía del otro. Una tardecita gris e invernal Iguá encontró a Pora-sí llorando desesperadamente, el cacique, su padre, había decidido que con la llegada de los días cálidos se casara con el guerrero a quien él la había prometido.
Ante los hechos, ambos decidieron huir juntos, sin embargo, sabían que no les sería fácil ni a dónde irían...
Iguá sopesó la situación, si huyesen el padre de Pora-sí enfrentaría a la tribu de Iguá y seguramente correría sangre, él jamás aceptaría perder a su hija sin luchar.
La otra opción sería internarse en la selva profunda, algo a la que Iguá estaba sumamente acostumbrado pero él se preguntaba cuanto soportaría Porá-sí tan pesado viaje y la extrema soledad del monte.
Tal vez, la más acertada decisión sería cruzar el torrentoso río que se extendía frente a ellos.
Sin más que sus propias conciencias ambos jóvenes se tomaron de las manos llevando consigo muy pocas pertenencias y fueron en búsqueda de un lugar donde poder cruzar sin que la corriente los llevase a la deriva.
El ingenio de Iguá era tan amplio, como su habilidad.
Al llegar a la vera del río Iguá le encargó a Pora-sí que cortase algunas lianas de las que abundan en el monte, él sin pérdida de tiempo, recolectó algunos troncos a los que más tarde sujetó fuertemente con las lianas, en poco tiempo logró construir una pequeña balsa.
Ya estaban por finalizar la tarea cuando oyeron fuertes gritos, Pora-sí reconoció el vozarrón de su padre, -¡es él!, vienen por nosotros-.
Iguá no perdió el tiempo, lanzó la improvisada balsa al río y en un tris se apoderó de su amada cargándola en andas, con paso firme corrió y de un preciso salto trepó a la balsa, a la que muy pronto el impulso del agua la arrastro río abajo, entonces Iguá remo con todas sus fuerzas , si bien estaban asustados, se sentían exultantes porque estaban juntos y de alguna forma, sentían que el amor era capaz de vencer al odio, y si fuera necesario morir lo harían juntos.
Los perseguidores no se daban por vencidos, trataban de alcanzarlos utilizando una copiosa lluvia de flechas.
Pora-sí e Iguá se abrazaban de tal forma eran uno solo.
Tupá , que por suerte había estado observando y de alguna manera comprendía y se compadecía, alzó su mano y en cada respingo que daba la balsa fue formando grandes barrancas guiándolos lejos del alcance de las flechas y cortándoles el paso a los guerreros que venían pisándoles los talones.
Al fin se dieron por vencidos y como por arte de magia la balsa tocó la orilla contraria y se detuvo.
Los jóvenes, ya en tierra firme, vieron con asombro que detrás de ellos se habían ido formando alucinantes cataratas por donde a sus perseguidores les sería imposible pasar.
Ambos agradecidos, le dieron las gracias a Tupá por haberlos puesto a salvo y prometieron cuidar ese amor para siempre.
También se dice que cuando de ese amor llegó el primer retoño y se lo llevaron a conocer al padre de Pora-sí, esta aventura paso a ser una anécdota porque en definitiva los padres siempre perdonan.
adaptacion Susana C. Otero